LUZ Y VIDA EN CRISTO JESUS
  EL ARREBATAMIENTO
 
Amado lector, ¿sabes que el Señor Jesu-Cristo está a punto de volver; que Su regreso es inminente? Por doquier, millares de personas se preocupan por este hecho solemne, y están persuadidos de que algo grave debe acontecer pronto; aunque burladores y escarnecedores de los últimos tiempos repitan: -"¿Dónde está su prometido advenimiento? ¡pues desde que durmieron los padres, todas las cosas continúan como han sido desde el principio de la creación!", y que el siervo malo diga: -"¡Mi Señor se tarda!" (Mateo 24:48). Sin embargo, "El que ha de venir vendrá, y no tardará" (Hebreos 10:37); "por tanto, estad vosotros también preparados; porque a la hora que no pensáis, el Hijo del hombre vendrá" (Mateo 24:44). Estamos seguros de que existe, entre los que son del Señor, una creciente convicción - basada en la Palabra de Dios - de que Cristo volverá pronto para arrebatar a su Esposa querida (o sea, a todas las almas redimidas por Su preciosa sangre), e introducirla en la "casa del Padre", donde muchas moradas hay. Lector, este asunto - harto solemne por lo que implica - ¿es una viva realidad para tí? Si así no fuera, quiera el Espíritu Santo valerse de estas breves páginas para despertar tu alma, para sacudir tu indiferencia o tu sopor espiritual, no sea que viniendo el Señor de repente, ¡"os halle durmiendo"! (Marcos 13:36). Quisiera tratar este tema bajo los siguientes puntos: 1. La promesa del retorno de Jesu-Cristo. 2. La Persona que viene. 3. El objeto de Su venida. 4. La preparación para Su venida. La promesa del retorno de Jesu-Cristo Tiempo hubo en que la venida del Mesías como "Varón de dolores" era todavía una profecía sin cumplir. Tras aquel vaticinio, las generaciones se sucedieron unas a otras; levantáronse y fueron derribados; el reino de Israel (las diez tribus) y más tarde el de Judá fueron destruidos mientras que sus habitantes eran diseminados o llevados en cautiverio. Sólo un resíduo, unos pocos miembros de la tribu de Judá volvieron de Babilonia; pero el Mesías prometido no había aparacido aún. Cuatro siglos después, vemos que la gran mayoría de los que regresaron de Babilonia se había asentado confortablemente en Jerusalem, olvidándose casi por completo de Aquel que había de venir. De repente, hubo una creciente agitación en la ciudad: unos extranjeros, recien llegados, divulgaban la asombrosa noticia de que el Rey de los judíos - prometido hace mucho tiempo - había finalmente nacido. Del palacio de Herodes, pasando por los sacerdotes del Templo, la noticia se propagó con rapidez entre el pueblo. Pero, ¿cual fué el resultado producido por semejante revelación? ¿un cántico, o clamor unánime de alabanzas a Dios por haber finalmente cumplido Su palabra, enviando al Mesías tanto tiempo esperado? ¿irradiaba de gozo cada rostro? ¿se estremecía de alegría cada corazón? ¡Al contrario! El cuadro que se nos presenta es muy distinto: "El rey Herodes se turbó, y toda Jerusalem con él" (Mateo 2:3). ¿Por que? Si hubiesen conocido algo de las Escrituras tocante a la venida del Mesías, hubieran entendido el vaticinio del profeta Isaías: "He aquí que para hacer justicia reinará un Rey, y príncipes gobernarán para ejecutar juicio. Y será un Varón como escondedero contra el viento, y como abrigo contra la tempestad; como corrientes de aguas en un lugar de sequía, y como la sombra de una peña grande en tierra de cansancio" (cap. 32:1-2). Ahora bien, aunque había en la ciudad una ingente multitud de personas que se consideraban como "justas" ante Dios, muchos otros estaban convencidos de no estar listos para presentarse delante del Mesías, el Justo por excelencia; por consiguiente, lo que hubiera tenido que llenar el corazón de agradecimiento y de gozo, sólo era motivo de espanto y de turbación. Sin embargo, preparados o no, Cristo había venido; había aparecido, no sólo como el Mesías de Israel, sino como el "Salvador del mundo", para revelar al Padre. Lo que aconteció despues de este episodio es de sobra conocido: odiado y despreciado por los mismos que venía a salvar, el Hijo de Dios se encaminó al Calvario donde, clavado en el vil madero, murió por manos inicuas. Mas al tercer día resucitó. Cuando Dios envió a su Hijo unigénito a este mundo, cumplió las promesas hechas a Abraham, Isaac y Jacob. Los judíos por su parte, al condenar a Jesús, cumplieron las palabras de los profetas acerca de los sufrimientos del Salvador: "Porque los que habitan en Jerusalem y sus gobernantes, por cuanto no Le conocieron a El, ni las palabras de los profetas que cada sábado son leidas, las han cumplido, condenándole... Y nosotros - prosigue el apóstol Pablo dirigiéndose a los judíos - os anunciamos la buena nueva de aquella promesa dada a los padres: que Dios ha cumplido para nosotros, los hijos de ellos, resucitando a Jesús..." (Hechos 13:27, 32-34). Poco antes de Su muerte, el Señor - Objeto de las promesas - dejó también una promesa. Tras haber salido el traidor del aposento alto, y rodeado de Sus discúpulos, Cristo les muestra la terrible sombra de la cruz que iba alargándose sobre ellos. ¡Qué momento más solemne! Imaginemos el dolor reflejado en el rostro de los discípulos al inclinarse hacia el Maestro amado para escuchar sus palabras de despedida: -"No se turbe vuestro corazón, creéis en Dios, creed también en Mi". Es como si hubiera dicho: -"Habéis creido en Dios sin haberle visto; ahora cuando ya no me veréis, seguid teniendo igual confianza en Mí. Dios os hizo una promesa, anunciándola por boca de los profetas y la cumplió fielmente al enviarme. Yo asimismo os hago una promesa, y tened confianza en que la cumpliré también." ¿Cual es, entonces, esta nueva promesa? Leyendo atentamente el Evangelio según Juan, cap. 14, la hallaremos entre los primeros versículos: "En la casa de mi Padre muchas moradas hay, de otra manera os lo hubiera dicho: voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere, y os aparejare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mi mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis". No hay el menor motivo para suponer que la "venida" mencionada por el Señor en éstos versículos alude a la "muerte"; creerlo sería cometer la peor de las equivocaciones. Tomemos un ejemplo para ilustrar la diferencia que mide entre estos dos hechos. Un padre amante y cariñoso lleva a su hijo a una ciudad lejana donde, por mucho tiempo, el jóven tendrá que vivir solo. Al separarse, el padre comprende la lucha interna de su hijo para reprimir sus lágrimas, y le consuela diciendo: -"Ten confianza, hijo mío, ahora tengo que dejarte, pero vendré el primer día de vacaciones y nos iremos juntos a casa." ¿Cabe suponer que el jóven haya tenido la menor duda acerca de la promesa hecha por su padre? Pues bien, del mismo modo, las palabras que el Señor dirigió a sus discípulos desconsolados no pueden prestarse a equivocación alguna. No dijo: -"ahora voy al cielo, vosotros moriréis, y después de esto os reuniréis conmigo", sino: -volveré otra vez, y os tomaré a Mí mismo". En cuanto a los creyentes que duermen en Cristo, la Escritura dice que se han ausentado del cuerpo para "estar presentes con el Señor" (2 Corintios 5:8). Mientras que cuando se trata de la vuelta del Señor, en vez de "estar ausentes del cuerpo", o de "ser desnudados" de nuestra casa terrestre, leemos que seremos "mudados"; y en Filipenses 3:21, que el Señor Jesu-Cristo "transformará nuestro cuerpo, para que sea hecho semejante a Su cuerpo glorioso". En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, al sonar la última trompeta, los muertos en Cristo resucitarán primero, y los que vivimos seremos transformados. Vemos por lo tanto que la venida o retorno del Señor no debe confundirse con la muerte: es exactamente lo contrario de ésta; es la aniquilación o abolición de todo cuanto la muerto ha hecho - desde que entró en este mundo - en los cuerpos de los que son hijos de Dios; será el triunfo definitivo de Cristo sobre la muerte, victoria que compartirán todos los que somos suyos. Consideramos ahora el segundo punto de nuestra meditación, es a saber: La persona que viene. Muchos de los que saben algo acerca de la "doctrina" de la segunda venida de Cristo parecen tener su mente llena de "señales" y "acontecimientos" que creen cumplidos ya, que están verificándose, o que se realizarán pronto. Es porque dichas personas se ocupen de los "sucesos" en vez de la misma Persona que viene. Una madre viuda está en el muelle de un puerto con la mirada clavada en el horizonte. Ha oido decir que tres barcos regresarán con tropas, tras una victoriosa campaña en Ultramar. Entre los soldados está su hijo, a quien espera ardientemente. Se hacen muchos preparativos para la gran revista que se verificará en cuanto los héroes bajen a tierra. Pero estas cosas no tienen gran atractivo para ella. Las bandas militares, las banderas que ondean, los arcos de triunfo y los brillantes uniformes de gala podrán satisfacer la curiosidad del mero espectador; mas ella espera a su propio hijo. Día y noche, desde su partida ha deseado e invocado vivamente su retorno; y ¿qué es lo que podrá brindarle tanta felicidad? El verle sano y salvo. Por cierto, nada tiene que objetar a los honores que se rendirán a su hijo, ya que le cree digno de ellos, pero todo esto ocupa un lugar segundario en el corazón de la madre; sólo ansía el momento de estrecharle en sus brazos. Amado lector, puede ser que hoy sucedan cosas indicándonos que, según las palabras del profeta Malaquías, no está lejano el día en que "se levantará el Sol de Justicia, trayendo salud en sus alas" para los del pueblo de Israel que temen a Jehová; mientros que para los impíos será "el día que arderá como horno", en el cual "todos los soberbios y todos los obradores de iniquidad serán como hojarasca; y aquel día que viene los abrasará" (cap. 4:1-2). Mas la esperanza inmediata del creyente no es ese "día grande de Jehová, cercano y muy presuroso..", ni tampoco "el Sol de Justicia", sino - según las propias palabras de Jesús - "la Estrella resplandeciente de la mañana" (Apocalipsis 22:16). Ahora bien, la estrella de la mañana apunta en el horizonte antes de la salida del sol, y algunas veces, un tiempo considerable los separa. Precisamente, entre la venida del Señor cual "Estrella de la mañana" y el momento en que aparecerá como "Sol dejusticia", caerán sobre la tierra los juicios descritos en el Apocalipsis. Entonces surgirá aquella terrible personificación de suprema maldad y anarquía, el "hombre de pecado", el "hijo de perdición", "aquel inícuo": el Anticristo (2 Tesalonicenses cap. 2). Será "el tiempo de angustia - o de la apretura - para Jacob" (Jeremías 30:7), y el de la "gran tribulación" (Mateo 24:31); mas un resíduo será preservado en medio de todo, del mismo modo que lo fueron los tres jóvenes hebreos echados en el horno por órden de Nabucodonosor (Daniel cap. 3). Entonces, los que aparentemente profesan el cristianismo, los que ahora no "reciben el amor de la verdad para ser salvos", se verán abandonados por Dios, entregados a una eficaz "operación de error, a fin de que crean a la mentira; para que sean condenados todos aquellos que no creen a la verdad, sino que se complacen en la injusticia" (2 Tesalonicenses 2:11-12). Se harán milagros e innumerables señales del carácter más espantoso, habrá abundancia de dolores, y lo que verán y oirán aterrorizará a los más valientes: "en aquellos días los hombres buscarán la muerte, y no la podrán hallar; y desearán morir, y la muerte huirá de ellos" (Apocalipsis 9:6). Pero es menester recordar que lo enunciado sucederá después, y no antes del arrebatamiento de la Iglesia, la Esposa celestial de Jesús. ¡Cuán a menudo olvidamos que es El mismo, quien viene presto para reunir a Su alrededor a los que rescató! Mirar los acontecimientos en vez de mirar a Jesús priva el corazón de esa dicha y de esa lozanía que es la verdadera porción de nuestra esperanza celestial. Demasiado ha logrado Satanás al presentarnos la segunda venida del Señor cual amenaza terrible y justiciera, mientras que fué la consolación más eficaz para los discípulos abatidos, según vimos en Juan cap. 14. Y cuando, años más tarde, el apóstol Pablo escribe su primera carta a los recien convertidos en Tesalónica, - objetos de pruebas y persecuciones - a lo que dijo acerca del retorno de Cristo, añade esta frase corta, pero significativa: "Consolaos los unos a los otros con estas palabras". Examinémos, pues, estas frases de aliento que, bajo la inspiración divina, él les dirigió: "porque el Señor mismo descenderá del cielo, con mandato soberano, con la voz del arcángel y con la trompeta de Dios, y los muertos en Cristo se levantarán primero: luego nosotros, los vivientes, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos a las nubes, al encuentro del Señor, en el aire; y así estaremos siempre con el Señor" (1 Tesalonicenses 4:16-17). Notemos que era el Señor mismo en su perfecta humanidad, como Hombre viviente, que iba a descender del cielo, y al que debían encontrar en las nubes. Al convertirse, supieron los tesalonicenses que "ese mismo Jesús" que los había salvado y librado de la ira venidera por Su muerte y resurrección, iba a volver. La epístola nos dice que se habían "convertido (esto es, se habían tornado, vuelto definitivamente) de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar a su Hijo, cuando venga de los cielos" (1 Tesalon. 1:9-10). Su esperanza no estaba pues cifrada en algún acontecimiento profético, sino en la misma Persona del Hijo de Dios. Escribiendo a los filipenses, el apóstol Pablo les recuerda que: "nuestra ciudadanía (o sea, nuestra verdadera nacionalidad) está en los cielos; desde donde también esperamos al Salvador, el Señor Jesu-Cristo"; es decir, a Jesús en su carácter de Salvador; una Persona conocida, amada, y en Quien confiaban plenamente. Pero allí donde no se confía en El y donde no se reconoce Su autoridad, no es extraño que la noticia de Su próxima venida traiga turbación, como ocurrió en la religiosa Jerusalem de entonces. Pero, amado lector, contigo no debería ser así. Indubidablemente,debemos sentirnos ejercitados acerca de nuestro andar en esta tierra, a fin de que seamos más semejantes a Aquel que pronto viene. Y así sucederá si tomamos a pecho la promesa de Su venida, según leemos: "todo aquel que tiene esta esperanza puesta en El, se purifica, así como El es puro" (1 Juan 3:3). Además, no olvidemos nunca lo que nos dice el apóstol Pablo en 2 Corintios 5:10, "porque todos hemos de ser manifetados ante el tribunal de Cristo", cuando todas nuestras acciones se pondrán de manifiesto y cada uno recibirá según lo que hubiere hecho; eso será como la gran revista, el desfile militar al cual hemos aludio ántes. Esa manifestación se verificará una vez que estemos en el cielo. Pero al igual que los soldados que visten sus más hermosos uniformes para el desfile, nosotros, ante Su tribunal, apareceremos revestidos de un cuerpo semejante al Suyo; habremos "resucitado en gloria" (1 Corintios 15:42-44). Por consiguiente, el creyente no tiene nada que temer en cuanto al cumplimiento de este su deseo, aunque haya mucha necesidad de humillación y ejercicio para los más fieles de entre nosotros. Hace algunos años, encontré en la ciudad de Madrid un muchachito de unos seis años que iba repitiendo una pequeña canción, al parecer de su propia composición. Era breve, tres palabras nada más: "¡A las diez, a las diez, a las diez!..." Tantas veces la repetía, tanto absorto parecía, que le pregunté lo que significaba su estribillo. Después de unas cariñosas palabras, me abrió su corazoncito y me explicó que su madre se había ausentado de la casa hacía algún tiempo, pero que su padre había recibido una carta anunciando que ella volvería ese mismo día "a las diez". Sobra decir que la pequeña copla no precisaba mayor explicación. La llegada de su madre llenaba el corazón del chico hasta hacerlo rebosar. Por cierto, había extrañado y lamentado mucho su ausencia, pero ahora estaba para volver, y esta noticia le colmaba de gozo de tal modo que repetía sin cesar: "¡a las diez, a las diez, a las diez!" Ahora bien, ¿por qué habría de ser distinto para ti y para mí cuando oímos hablar del retorno del Señor? ¿No experimentamos, acaso, la dulzura de Su amor? ¿No es El quien sufríó y murió por nosotros? ¿No nos guardó a lo largo del camino, desde el día que le conocimos, llevando nuestras cargas, socorriéndonos, simpatizando en nuestros dolores y restaurándonos después de muchas caidas? Difícilmente podríamos expresar la intensidad de Su amor para con nosotros. Amados hermanos, cuando pensamos en El, ¿no arden nuestros corazones por el deseo de verle? Cuando pienso en Tí, oh Señor, En Tu gracia y en Tu amor, Mi corazón arde dentro de mí Ansiando ver Tu faz, contemplarte a Tí. Hace poco una hermana en Cristo me decía: "cuando pienso en la venida del Señor, mi corazón arde de alegría". Así tendría que ser para todos nosotros. Una niña de once años decía al volver de un recado: -"Mamá, al cruzar la calle, veía las nubes correr tan de prisa que me paré mirarlas, pensando que si el Señor volviera ahora mismo, quisiera ser yo la primera en verle". ¿Cuál era el secreto de la paz y felicidad de esta niña, cuando sola - al anochecer - meditaba en el retorno de Cristo? Sencillamente esto: conocía la Persona esperada y confiaba en ella; la amaba aunque no la había visto; sabía que por su muerte expiatoria todos sus pecados estaban no sólo perdonados, sino también olvidados para toda eternidad. Quizas alguien diga: -"Aunque confío de corazón en Su preciosa sangre, no puedo estar tan tranquilo al pensar que de un momento a otro Jesu-Cristo puede venir"... Es que olvida entonces que se trata del mismo Jesús que, en otro tiempo, cansado del camino, pedía de beber a la mujer samaritana; que se encontró con la viuda de Naín y le restituyó su único hijo; que permitió a la pecadora, en casa de Simón el fariseo, tocar Sus pies, regarlos con lágrimas, besarlos, y expresar así su amor para con el Salvador; sí, el mismo Jesús que dirigió esas maravillosas palabras de gracia y de perdón al ladrón en la cruz: ¡"hoy estarás conmigo en el Paraiso"! ¡Es El que ha de venir! ¿Quien es éste que a encontrarme viene con gran amor, Cual Estrella de la mañana, de la luz albor? Es Aquel que en cruz cruenta padeció una vez; Aún en gloria le conozco, pues El mismo es. ¿Hacen falta pruebas? Leamos, pues, en Hechos 1:11, lo que los dos ángeles dijeron a los discípulos en el monte de los Olivos. El Señor acababa de dejarles, ascendiendo al cielo, y habiéndoles demostrado de modo tangible que El no era un espíritu, algún aparecido, sino un Hombre viviente, de carne y hueso, al que podían tocar y palpar si acaso dudaran de Sus palabras. Y los ángeles añaden: -"Varones galileos, ¿por qué os quedáis mirando así al cielo? Este mismo Jesús que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá del mismo modo que le habéis visto ir al cielo". ¡Veinte siglos en la gloria no Le han cambiado en absoluto! La misma Persona que Marta fué a encontrar, tras la muerte de su hermano, es la que esperamos nosotros; y si hemos de "dormir" antes de que El vuelva, Aquel que es "la Resurrección y la Vida", que dijo: -"Lázaro nuestro amigo duerme, mas voy a despertarle del sueño", nos despertará también en Su venida, para que - al igual que Lázaro - nos sentemos a Su mesa, en las mansiones celestiales. ¿Por qué, pues, deberemos temer al saber que tal Amigo viene en breve a llevarnos? "Si, vengo en breve", es la feliz promesa que nos dejó. Ante semejante amor, nuestro afecto por El ¿no nos arrancará ésta exclamación: "¡Amén, sea así! ¡Ven, Señor Jesús!"? (Apocalipsis 22:20). Examinaremos ahora: El objeto de su venida Importa comprender que, una vez que el Mesías fué rechazado y crucificado por su propia nación, Dios reveló al apóstol Pablo lo que la Escritura llama el "misterio", "encubierto desde tiempos eternos" (Romanos 16:25), y "escondido desde los siglos en Dios" (Efesios 3:9). Este designio que existía en el corazón de Dios - ademas de lo revelado en el Antiguo Testamento - era él de preparar una Esposa para su amado Hijo; Esposa que había de ser formada por la unión "en un solo cuerpo" (la Iglesia), de judíos y gentiles salvados, unidos por el Espíritu Santo a Cristo, su Cabeza glorificada en el cielo: "Y El (Cristo) es la Cabeza del cuerpo, que es la iglesia, de la cual El es el principio, el primogénito de entre los muertos; para que en todas cosas El tenga la preeminencia - (el Padre) ha puesto todas las cosas bajo Sus pies, y le ha constituido Cabeza sobre todas las cosas, con respecto a Su Iglesia, la cual es Su cuerpo, el complemento de Aquel que lo llena todo en todo - Porque nosotros somos miembros de Su cuerpo, participantes de Su carne y de sus huesos. Este es un gran misterio; yo hablo empero con respecto a Cristo y a la iglesia" (véase Colosenses 1:18; Efesios 1:22-23; 3:6; 5:30,32). El Espíritu Santo dió principio al cumplimiento del designio divino en el día de Pentecostés, bautizando - en "un solo cuerpo" - a los discípulos reunidos en el aposento alto. Para que comprendamos mejor este asunto, conviene notar que - al ser rechazado el Señor - numerosas promesas del Antiguo Testamento referente a las bendiciones del pueblo de Israel y de la tierra en general quedaron sin cumplirse. Citemos, por ejemplo, las profecías de Isaías acerca del reinado del verdadero Hijo de Isaí: "Y habitará el lobo con el cordero, y el leopardo sesteará junto con el cabrito; también el becerro y el leoncillo y el cebón andarán juntos; y un niñito los conducirá. Asimismo la vaca y la osa pacerán, y sus crían yacerán juntas; y el león comerá paja como el buey. Y jugará el niño de pecho sobre el agujero del áspid, y el recién destetado pondrá la mano sobre la madriguera de la víbora. No dañarán ni destruirán en todo mi santo monte; porque estará la tierra llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar" (cap. 11:6-9). El cap. 35 del mismo libro nos dice: "Se alegrarán el desierto y el sequedal, y el yermo se regocijará y florecerá como la rosa... La gloria del Líbano le será dada, la hermosura del Carmelo y de Sarón: los hombres verán la gloria de Jehová y la hermosura de nuestro Dios". Y Amós retrata estas bendiciones como sigue: "Mirad vienen días, dice Jehová, en que el que ara alcanzará al segador, y el que pisa las uvas al que siembra la semilla..." (cap. 9:13-15). Mientras que Miqueas añade: "forjarán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no levantará espada nación contra nación, ni aprenderán más la guerra". (cap. 4:3). "La tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová" (Habacuc 2:14). Luego, en relación con la restauración de Israel en su tierra, testifica Isaías: "Y alzará bandera a las naciones; y recogerá los desterrados de Israel, y congregará los dispersos de Judá de los cuatro cabos de la tierra". - "Y los rescatados de Jehová volverán, y vendrán a Sión con canciones; y regocijo eterno estará sobre sus cabezas..." (cap. 11:12;35:10). Leemos además en Jeremías 23:5-6; Ezequiel 36:24, y Jeremías 31:10: "Mirad que vienen días, dice Jehová, en que levantaré para David un Vástago justo, el cual reinará como Rey, y prosperará; y ejecutará juicio y justicia en la tierra..." - "Pues yo os tomaré de entre las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestra propia tierra..." - "El que esparció a Israel, le recogerá, le guardará, como el pastor a su grey"... Observando atentamente estos pasajes y cotejándolos con otros semejantes, hallaremos que el cumplimiento de esas profecías, no es el resultado de la conversión del mundo por la predicación del Evangelio, sino de los juicios que precederán a dicha era milenial. Y no olvidemos que "hasta que pasen el cielo y la tierra, ni siquiera una jota ni un tilde pasará de la Ley (o sea: las Escrituras), hasta que el todo sea cumplido" (Mateo 5:18). Al volver pues al cielo, el Señor dejó sin realizar, sin cumplir dos series de bendiciones prometidas: 1. Las que se relacionan con la Iglesia; 2. Las que se vinculan con el pueblo de Israel, enteramente distintas las unas de las otras. Para dar cumplimiento a la primera, vendrá el Señor no con los atributos de un Juez, sino como Isaac cuando salió al encuentro de Rebeca; cual esposo lleno de amor (Genesis cap. 24). Por el contrario, para dar cumplimiento a la segunda serie de bendiciones, vendrá semejante a David, cual poderoso conquistador, para tomar posesión de Su reino. En otras palabras, Jesús es el Esposo de la Iglesia y es el Rey de Israel. Menciona la Palabra de Dios dos fases distintas de la segunda venida de Jesu-Cristo; dos estaciones - por así decirlo - del mismo viaje. Primeramente descenderá del cielo para arrebatar a Sus santos (o sea, cuantos han depositado su fe en El para ser salvos), y llevarlos arriba en las mansiones celestiales; luego, pasado un breve período, volverá con ellos con poder y gloria para establecer Su reino. Tomemos un ejemplo para ilustrar esta parte del tema. Paseando por el campo cierta mañana, reparamos en un charquito de agua, lo evitamos y - sin pensar más en él - seguimos caminando. Unos días después, al pasar por el mismo lugar, el charco ha desaparecido, el agua ya no está: hasta las gotas que penetraron en la tierra se evaporaron. ¿Que sucedió? Sencillamente que el sol, brillando con toda su fuerza, las atrajo a lo alto. Nadie las ha visto subir, sin embargo ¡han subido! Semanas más tarde, notamos las mismas gotas, pero enteramente transformadas; son ahora hermosísimos copos de nieve, que son la admiración de todos. Amado lector, así será en breve. Jesús descenderá del cielo y en un instante surgirán del polvo los cuerpos resucitados de los que "durmieron" en El, mientras que los que vivamos seremos transformados, para subir juntos a Su encuentro. Nada hay en la Escritura que nos haga suponer que los inconversos nos verán cuando seamos arrebatados. La repentina desaparición de todos los creyentes - redimidos por la sangre de Cristo - manifestará lo que ha pasado. "Enoc fué trasladado para que no viese la muerte; y no fué hallado, porque le había trasladado Dios" (Hebreos 11:5). Es precisamente lo que sucederá con la Iglesia: casi secretamente arrebatada, volverá a aparecer en gloria con Cristo, cuando El sea manifestado: "y todo ojo le verá" (Apocalipsis 1:7). El mismo Señor presenta claramente estas dos fases de Su venida en el capítulo 25 de Mateo. En la parábola de las diez vírgenes, describe un aspecto de la misma; y en aquella de las ovejas y de las cabras, el otro. En el primer símil, las vírgenes prudentes, con sus lámparas bien provistas de aceite, entran con el Esposo al lugar de las bodas; mientras que en el segundo, se ve al Rey salir para juzgar. Fijémonos en éste contraste. En la primera parábola, los salvos (bajo la figura de las vírgenes prudentes) entran a las bodas, siendo llevados al cielo, mientras que malvados e incrédulos (la vírgenes fatuas), dejados en la tierra, quedan atrás para sufrir luego el juicio. En la segunda parábola, los malos son llevados al suplicio eterno, mientras que los justos son dejados en la tierra para gozar de las bendiciones del reino milenial. En el primer caso, los santos entran y se cierra la puerta; en el segundo, el cielo está abierto y los santos salen. Los capítulos 5, 6 y 19 del Apocalipsis relatan lo que se verificará en los cielos una vez que la Iglesia haya entrado allí. Los santos, representados por los veinticuatro ancianos, están sentados alrededor del trono; vestidos de ropas blancas y ceñidas sus frentes de coronas de oro, adoran - postrados delante del que está sentado en el trono - diciendo: -"Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque fuiste inmolado, y has adquirido para Dios con Tu misma sangre, hombres de toda tribu, y lengua, y pueblo, y nación..." En el cap. 19 leemos: ¡"Gocémos, y alegrémonos y démosle gloria! Porque han llegado las bodas del Cordero". ¡Que contraste más grande con lo descrito en Mateo 25:11! En este pasaje del primer Evangelio, la Palabra nos hace oír el lamento de los que quedaron fuera; mientras que en Apocalipsis 19, percibimos los acentos de gozo triunfal de los que están dentro. Lector, ¿con cual de estos dos grupos te hallas tú? Medítalo bien, ¡es una solemne pregunta de cuya respuesta depende tu condición eterna! ¿Perdido o salvo? ¿fuera o dentro? ¿cual es tu estado? ¿dónde estás tú? "Y ví el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y Aquel que estaba sentado sobre él se llama Fiel y Verdadero; y en justicia juzga y hace guerra", prosigue el capítulo 19 del Apocalipsis (vers. 11-16), donde vemos salir al Señor de los señores y al Rey de los reyes con sus ejercitos: "Y de Su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y las regirá con vara de hierro; y El pisa el lagar de la fiereza de la ira de Dios todopoderoso". Echemos todavía una mirada al capítulo 25 de Mateo. Una interpretación bastante común - pero completamente errónea - pretende que la parábola de las "ovejas y de las cabras" sea una ilustración del juicio final. Y a menudo se pregunta: "¿No hemos de estar todos allí, para ser entonces colocados unos entre las "ovejas", a Su derecha, otros entre las "cabras", a Su izquierda?" Sin el menor titubeo, contesto rotundamente que no. Esta escena representa el juicio de las "Naciones" (o "gentiles") viviendo sobre la tierra cuando el Señor venga a establecer Su reino. No son israelitas por cuanto está escrito: "he aquí que este pueblo habitará solo, y entre las (demás) naciones no será contado" (Números 23:9). Tampoco se trata de los creyentes que componen la Iglesia, ya que en ella no puede haber tales distinciones como "griego y judío, circuncisión e incircuncisión" (véase Colosenses 3:11 y Hechos 15:14). Cabe entonces preguntar: -si Israel y la Iglesia no forman parte de las "naciones" aquí juzgadas, ¿dónde pues se hallan éstos? Dejemos que conteste la Escritura. 1. -En cuanto a la Iglesia, los siguientes pasajes son concluyentes: "Cuando Cristo, el cual es nuesta vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados juntamente con El en gloria" (Colosenses 3:4); "Mirad que viene el Señor, con las huestes innumerables de Sus santos, para ejecutar juicio sobre todos, y para convencer a todos los impíos de todas las obras impías que han obrado impíamente..." (Ep. Judas v. 14-15); "Y vendrá Jehová mi Dios, y todos los santos con El... Y Jehová será Rey sobre toda la tierra" (Zacarías 14:5 y 9); "Al que venciere", dice el Señor a los de Laodicea, "le concederé sentarse conmigo en mi trono" (Apocalipsis 3:21). ¿Hay algo más claro que estos pasajes para demostrar cual será el lugar y la posición que ocuparán los "coherederos", el día que Aquel que es "constituido Heredoro de todo", tome posesión de Su herencia? 2. En cuanto al pueblo de Israel, recordemos en primer lugar que es "simiente de Abraham", según la carne; mientras que Jesús es "Hijo de David, hijo de Abraham" (Mateo 1:1). En Hebreos 2:16 leemos: "Porque ciertamente no echa mano de los ángeles, sino que echa mano de la simiente de Abraham. Por lo cual convenía que en todo fuese semejado a Sus hermanos..." Por lo tanto, si como Hijo de David, Cristo es "Rey" de los Israelitas; como Hijo de Abraham puede hablar de ellos como siendo Sus "hermanos". Y, para cumplir la profecía encerrada en la bendición otorgada por el hijo de Abraham (Isaac) a Jacob, el Rey bendice a los que favorecieron a los hijos de Jacob, mientras que maldice a los que no lo hicieron; según estas palabras: "¡Los que te maldijeren sean malditos, y benditos los que te bendijeren!" (Compárese Génesís 27:29 con Mateo 25:34 y 41). Además de los creyentes que aparecerán con El en gloria, según vimos en otros pasajes, el Señor menciona aquí tres grupos distintos: las "ovejas", las "cabras" y "mis hermanos". Estos últimos son, según la carne, los de Su propia nación; pero cabe preguntar: ¿quienes son, entonces, las "ovejas" y las "cabras"? Otras porciones bíblicas nos revelan que - una vez arrebatada la Iglesia en la gloria - habrá mensajeros judíos que llevarán un mensaje especial a "todas la naciones": "y este evangelio del reino será predicado en toda la tierra habitada, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin" (Mateo 24:14). Cabe que el tema principal de dicho mensaje sea la preparación para el advenimiento del verdadero "Rey". Algunos de éstos "gentiles", o de entre las "naciones", recibirán el testimonio, tratando bien a los mensajeros; mientras que otros no sólo rechazarán el mensaje, sino que aborrecerán a esos enviados maltratados y despreciados. Notemos que es únicamente por este motivo - el modo de tratar a Sus "hermanos" - por lo que el Rey, en su venida, separa a las naciones, y finalmente las bendice o las maldice. Parte de ellos está representada bajo el símil de las "ovejas", y la otra por las "cabras", o "cabritos". Los primeros (como Ruth la moabita, llena de benevolencia para con Noemí, la viuda israelita), serán premiados al participar de la gloria del reino milenial del Mesías sobre la tierra; y sabemos que el Señor tendrá en cuenta hasta el menor vaso de agua fría que se haya dado en nombre de discípulo (Mateo 10:42); mientras que los demás gentiles serán "cortados de la tierra" por el juicio. Esta parábola nada menciona tocante a la resurrección, o al fin del mundo; ni tampoco el capítulo 19 del Apocalipsis, que presenta una escena análoga. Sabemos que hay dos resurrecciones: la de los salvos, y la de los malvados; o según el Señor las llama: "la resurrección de vida, y la resurrección de - o para - condenación." La primera se divide en tres fases: 1. Cristo, "primicias de los que durmieron" (1 Cor. 15:20). 2. Los creyentes que resucitarán - según vimos - cuando venga el Señor a buscar a su Iglesia (1 Tesal. 4:16; 1Cor. 15:52). 3. Cuantos están mencionados en Apocalipsis 20:4-6: "los que habían sido degollados por el testimonio de Jesús, y a causa de la Palabra de Dios, y cuantos no habían adorado a la Bestia... y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Esta es la resurrección primera. ¡Dichoso y santo es el que tiene parte en la resurrección primera!" La segunda resurrección, la de los malvados, se verificará después de los mil años del reinado de Cristo, según vemos claramente por éste texto: "los demás de los muertos no tornaron a vivir hasta que fuesen acabados los mil años" (Apocalipsis 20:5). Al final de esa era de paz y de justicia, cuando habrán huido la tierra y el cielo que ahora son, entonces los muertos, "grandes y pequeños", serán juzgados delante del gran trono blanco, cada uno según sus obras: será la resurrección de condenación (Juan 5:29); "y cualquiera que no fué hallado escrito en el libro de la vida, fué arrojado en el lago de fuego". - "Esta es la muerte segunda" (Apocalipsis 20:14-15). Y el que recibió esta revelación añade: "ví un cielo nuevo y una tierra nueva", de los que Pedro dice: "en los cuales mora la justicia" (2 Pedro 3:13). "Y ví la santa ciudad, la nueva Jerusalem, descendiendo del cielo, desde Dios, preparada como una novia engalanada para su esposo..." Así, hasta el versículo 8 del cap. 21 del Apocalipsis que hemos empezado a citar, tenemos una descripción del estado eterno. ¡Bendito sea Dios por habernos revelado esas maravillosas realidades, y por el don del Espíritu Santo que nos las hace entender! "¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!" (Romanos 11:33) Para terminar, consideraremos brevemente la última parte de nuestro tema: Como prepararse para su venida En la Biblia, hallamos dos maneras de estar listos para aquel momento: 1. "Las que estaban apercibidas, entraron con El a las bodas y se cerró la puerta..." (Mateo 25:10). 2. "Porque yo", dice el apóstol Pablo, "ya estoy para ser ofrecido en sacrificio,... he peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe; de ahora en adelante me está reservada la corona de justicia, que me dará el Señor, el justo Juez, en aquel día; y no solo a mí, sino a todos los que aman Su aparecimiento" (2 Timoteo 4:6-8). En el primer sentido, todos los que son de Cristo (1 Corintios 15:23) están listos: han depositado su fe en El, siendo lavados de sus pecados por Su preciosa sangre; son hechos agradables a Dios y el Espíritu de Cristo mora en ellos (Romanos 8:9); sin que para ello tengan mérito alguno. Pueden dar gracias al Padre que los hizo aptos para participar de la herencia de los santos en la luz (Colosenses 1:12-14). En el segundo sentido, vemos que el apóstol estaba listo, no sólo por cuanto era salvo - cosa que sabía por muchos años ya -, sino porque su servicio y su testimonio habían sido tales que tenía la certidumbre de que recibiría la aprobación de su Maestro. Aclaremos esto con un ejemplo, Supongamos, amado lector, que envías a tu hijo a una ciudad lejana donde debe llevar a cabo un asunto importante. Al partir, le entregas un billete (o "boleto") de ida y vuelta para el viaje; le das las instrucciones necesarias acerca del sitio adonde debe ir, lo que debe hacer; exhortándole, en fin, para que se aplique con diligencia a satisfacer tus deseos. Cuando llega a la ciudad aquella, tu hijo parece muy enérgico y lleno de buena voluntad. Pero, al cabo de algún tiempo, se une con unos antiguos camaradas; olvida tus recomendaciones y pierde su tiempo en callejear. De repente, sobresaltado, se da cuenta que no tiene ni un momento que perder si quiere alcanzar el último tren para volver a casa. Se precipita a la estación, llega precisamente cuando el convoy arranca del andén y, tras una breve carrera, el jóven sube en marcha y viaja, sano y salvo, hacia su hogar.. Pero cabe preguntarnos, ¿estaba listo para volver? En cuanto a lo que podía exigir la compañía ferroviaria, sí; porque tenía su billete y ningún empleado podía discutir de la validez del mismo, ni de su derecho a viajar. Mas, ¿de qué modo obtuvo el billete? ¿por algún esfuerzo suyo? ¿por lo que negoció, o ganó en aquella ciudad? Unicamente por cuanto tú se lo compraste, y se lo entregaste. ¿Y en cuanto a tu encargo, tus negocios? ¡Perdió cualquier derecho a tu aprobación por estos! No le podrás decir a tu hijo: "está bien, me has servido fielmente". Sin embargo, en cuanto regrese tendrá - como hijo - su sitio con los demás miembros de la familia en la mesa. Ahora bien, cada creyente tiene, por la fe en la obra cumplida del Salvador - muerto por nuestros delitos y pecados, resucitado para nuestra justificación, y glorificado en el cielo - lo que corresponde al "billete" de nuestro ejemplo; es decir, la irrecusable prueba de su viaje al cielo está enteramente pagado. Pero, si bien la Escritura nos asegura que "en El - Cristo - es justificado todo aquel que cree" (Hechos 13:19), y que "a los que justificó, también los glorificó" (Romanos 8:30); sin embargo, todos los creyentes no recibirán igual premio: "cada cual recibirá su propio galardón, conforme a su mismo trabajo" (1 Corintios 3:8). Estas dos cosas tendrá el Señor en cuenta: la cantidad de trabajo que habremos realizado, como tambén su calidad, según éstas medidas: "Y aconteció que a Su regreso,... mandó llamar a sí aquellos siervos, a quienes había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno" (Lucas 19:15). Lo que se averigua aquí es la cantidad de trabajo realizado. Asimismo la calidad de nuestra obra será manifestada: "la obra de cada cual será puesta de manifiesto; porque el Día la declarará, pues que en fuego es revelado; y el fuego mismo (imágen del juicio) probará la obra de cada cual... Si la obra que alguno ha edificado sobre él, resistiere, recibirá galardón: si la obra de alguno fuere consumida, él llevará el daño (o pérdida del galardón); pero él mismo será salvado..." (1 Corintios 3:13-15). Quiera Dios, cristiano lector, que - además del privilegio de entrar con el Señor Jesu-Cristo a las bodas, ocupando el lugar que nos tiene reservado - tanto tu suerte como la mía sea la de ser vigilantes, trabajando para El, enterándonos de Sus deseos, tomando a pecho Sus intereses, constreñidos por el poder de Su inmutable amor, HASTA QUE EL VENGA. Acordémonos que, si queremos llevar nuestra cruz, y seguirle con un corazón verdaderamente consegrado, debemos hacerlo ahora. Hemos llegado a esos "tiempos peligrosos" en que los hombres son "amadores de los placeres, más bien que de Dios; teniendo la forma de la piedad, mas negando el poder de ella"; tiempos en los cuales "los hombres malos y los impostores irán de mal en peor, engañando, y siendo ellos mismos engañados" (2 Timoteo 3:1-9 y 13). ¡Qué solemne contradicción con el error común según el cual el mundo entero se convertirá antes de la vuelta o retorno de Cristo! Estamos en una época de ruidosas actividades religiosas, pero de escasa vida que mane realmente de Dios; época en que el espíritu de iniquidad va afirmándose cada vez más en el mundo, mientras que en la Iglesia en general, se nota una creciente elasticidad de principios y falta de fidelidad a Cristo. A pesar de todo, tenemos y seguiremos teniendo "a Dios y a la Palabra de su gracia, la cual es poderosa para edificar, y para dar herencia entre todos los santificados" (Hechos 20:32). O sea, la Palabra de Dios para guiar nuestros pasos, y Su gracia para sostenernos en la senda que nos va trazando. No nos dejemos engañar por las apariencias, ni no desanimemos si en el camino de la obediencia a Cristo no hallamos lo que - a vista humana - pudiera asemejarse al éxito. Ciertamente "el obedecer es mejor que los sacrificios"; y ojalá haga mella en nuestros corazones aquella exhortación de nuestro amado Maestro: "Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas; y sed vosotros mismos como hombres que aguardan a su señor, cuando haya de volver de la bodas; a fin de que cuando venga y llame, le abran al instante. ¡Bienaventurados aquellos siervos, a los cuales su señor, cuando viniere, los hallare velando! En verdad os digo, que él mismo se ceñirá, y haciendo que ellos se sienten a la mesa, se llegará y les servirá" (Lucas 12:35-37). Y si éstas páginas llegaren hasta tí, lector cuyo corazón no ha sido regenerado (aunque tal vez hayas sido bautizado, y lleves incluso el nombre de "cristiano"), quisiera llamar tu atención sobre el hecho que la venida del Señor será repentina, y que serás dejado atrás, si El te halla "sin aceite en tu vaso". Deténte, y considera - siquiera por un instante - lo que te reserva el futuro cada vez más cercano. ¡Medita cuán velozmente te arrastran las alas del tiempo hacia la eternidad! ¡Y qué eternidad! Ser dejado sobre esta tierra - futuro escenario de los juicios divinos - mientras que los salvados (tal vez tu amigos y parientes) han sido arrebatados al cielo. Y eso por haber cerrado el oído a la última advertencia que te había sido dirigida por el Espíritu Santo, escuchando con un corazón incrédulo la postrer oferta de la gracia de Dios, ¡cuán triste y solemne no será esto! Pero no menos solemne será el hecho que tu cuerpo quedará en la tumba fría y lóbrega durante el milenio de felicidad, cuando la tierra estará llena de la gloria de Dios, y el Principe de Paz extenderá su señorío de mar a mar, y desde el río hasta los fines de la tierra (véase Salmo 72:19 y Zacarías 9:10). No disfrutar de estas bendiciones será, ciertamente, una pérdida cuantiosa. Luego, tendrás que encararte aún con la ETERNIDAD; ¡no lo olvides! Serás resucitado de los muertos por la poderosa voz del Hijo de Dios (Juan 5:25,29), para ser juzgado delante del gran trono blanco. Allí deberás responder de cada acto que hayas cometido al lo largo de tu vida, de cualquier palabra torpe que hayas pronunciado, y hasta de cualquier pensamiento malo o impuro en los que te habrás recreado durante cuarenta, sesenta, u ochenta años: "la paga del pecado es muerte", y como es cierto que Dios no puede mentir, tu suerte será fijada en el lago ardiendo de azufre y fuego. No trates, pues, este asunto a la ligera. Ahora, la puerta de la gracia está abierta; Jesús te convida todavía; los Suyos no han sido arrebatados aún, pero te advierto del peligro, y te ruego acudas al Refugio mientras haya tiempo. Jesu-Cristo puede venir aún antes de que termines la lectura de éstas páginas. Presta atención, deja de huir de Dios y vuélvate hacia El, arrodíllate a las plantas puras del único Salvador - del único Mediador entre Dios y los hombres - y confésale todos tus pecados. Luego, El te dará la bienvenida, te bendecirá y te salvará, y Su paz inundará tu corazón. ¡Bendito sea para siempre tan poderoso Salvador! "Fiel es este dicho, y digno de ser recibido de todos: que Cristo Jesus vino al mundo para salvar a los pecadores" (1 Timoteo 1:15). Gracias a Dios, "aún hay lugar" (Lucas 14:22).
 
 
   
 
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