El capítulo 21 de Números nos muestra de una manera particular la bella y conocida institución de la serpiente de metal, ese gran tipo evangélico. "Y partieron del monte de Hor, camino del mar Bermejo, para rodear la tierra de Edom; y abatióse el ánimo del pueblo por el camino. Y habló el pueblo contra Dios y Moisés: ¿Por qué nos hicisteis subir de Egipto para que muramos en este desierto? Que ni hay pan, ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano." (v. 4 y 5)
¡Ah! Es siempre la misma historia triste, "las murmuraciones del desierto." Era conveniente huir de Egipto cuando los terribles juicios de Dios caían sucesiva y rápidamente sobre aquel país. Pero ahora las plagas se han dado al olvido y no se acuerdan sino de las ollas de carne: "¿Por qué nos hicisteis subir de Egipto para que muramos en este desierto? Que hay ni pan, ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano."¡Qué lenguaje! El hombre tiene en más estima sentarse junto a las ollas de carne, en un país de muerte y de tinieblas, que andar con Dios en el desierto, y comer allí el pan del cielo. Jehová había asociado su gloria a las mismas arenas del desierto, porque en él estaban sus rescatados. Había descendido previendo todas sus provocaciones "soportando sus costumbres en el desierto." Tanta gracia hubiera debido producir en ellos un espíritu de sumisión humilde y agradecido. Pero no; la primera apariencia de prueba bastó para hacerles lanzar ese gemido: "¡Ah, ojalá hubiésemos muerto en el país de Egipto!"
Pero bien pronto debían gustar los amargos frutos de su espíritu de murmuración. "Y Jehová envió entre el pueblo serpientes ardientes, que mordían al pueblo; y murió mucho pueblo de Israel." (v. 6) La serpiente era la fuente de su descontento; su estado después de ser mordidos por las serpientes, era el más a propósito para revelarles el verdadero carácter de su descontento.
La mordedura de la serpiente condujo a Israel a sentir su pecado: "Entonces el pueblo vino a Moisés, y dijeron: Pecado hemos por haber hablado contra Jehová y contra ti: ruega a Jehová que quite de nosotros estas serpientes." (v. 7) Es entonces el momento para que la gracia divina se despliegue. Cada necesidad del hombre es una ocasión para el despliegue de la gracia y de la misericordia de Dios. Desde el momento en que Israel pudo decir: "Hemos pecado", la gracia podía extenderse; Dios podía obrar y esto era suficiente. Cuando Israel murmura, tiene por respuesta la mordedura de las serpientes. En cuanto Israel confiesa sus pecados, la gracia de Dios le responde. En el primer caso, la serpiente era el instrumento de sus sufrimientos; en el otro, era el de su restablecimiento y de su bendición. "Y Jehová dijo a Moisés: Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre la bandera: y será que cualquiera que fuere mordido y mirare a ella, vivirá." (v.
La imagen misma de lo que había hecho el mal venía a ser el conducto por el cual la gracia divina podía correr libremente sobre los pobres pecadores heridos. ¡Admirable tipo de Cristo en la cruz!
Es un error muy frecuente el de considerar al Señor Jesús más bien como el que desvía la ira de Dios, no como el canal de su amor. Que El experimentó la cólera de Dios contra el pecado es una preciosa verdad; pero hay más que esto. El descendió a esta miserable tierra para morir sobre la cruz maldita, para que por su muerte abriera los manantiales eternos del amor de Dios al corazón del pobre pecador. Esto constituye, en la manifestación al pecador de la naturaleza y del carácter de Dios, una diferencia muy importante. Nada puede conducir al pecador a un estado de verdadera dicha y verdadera santidad, sino su establecimiento en la confianza y el goce del amor de Dios. El primer esfuerzo de la serpiente, al atacar al hombre inocente, fué dirigido a hacer vacilar su confianza en la bondad y en el amor de Dios, a fin de suscitar su descontento de la situación en que El le había puesto. La caída del hombre fué el resultado inmediato de su duda con respecto del amor de Dios. La salud del hombre debe, pues, resultar de su fe en ese amor, ya que el mismo Hijo de Dios ha dicho: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquél que en El cree, no se pierda, mas tenga vida eterna." (Juan 3:16)
Pues bien, es con relación inmediata a lo que precede, que nuestro Señor nos enseña que El era el Antítipo de la serpiente de metal. Como Hijo de Dios enviado del Padre, El era seguramente el don y la expresión del amor de Dios en favor de un mundo que perecía. Mas para esto debía ser levantado sobre la cruz en propiciación por el pecado, ya que el amor divino no podía responder de otro modo, según la justicia, a lo que exigía la situación del pecador perdido: "Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado, para que todo aquél que en El creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna." Toda la familia humana ha sentido la mordedura mortal de la serpiente; pero el Dios de toda gracia ha establecido un remedio en Aquél que fué levantado en el madero maldito; y ahora, por el Santo Espíritu descendido del cielo, llama a todos cuantos se sientan mordidos a mirar a Cristo para tener la vida y la paz. Es Cristo la grande institución de Dios, a fin de que por El sea proclamada una salud completa y gratuita a los pecadores, una salud en armonía tal con todos los atributos del carácter divino, y con todos los derechos del trono de Dios, que Satanás no pueda suscitar una sola cuestión a este respecto. La resurrección es la vindicación divina de la obra de la cruz, la gloria de Aquél que murió en ella; de suerte que el creyente puede disfrutar del más completo descanso en cuanto al pecado. Dios tiene todo su contentamiento en Jesús; y como considera a todos los creyentes en El, también tiene su contentamiento en ellos.
Pues bien; la fe es el instrumento por el cual el pecador alcanza la salud de Cristo. El Israelita mordido debía sencillamente mirar para vivir; mirar, y no a sí mismo, ni tampoco a sus heridos, ni a los que le rodeaban, sino directa y exclusivamente al remedio de Dios. Si rehusaba o descuidaba mirarlo, no le quedaba más remedio que morir. Debía fijar atentamente su mirada en el remedio de Dios, levantado de tal suerte que todos pudiesen verlo. Ninguna ventaja había mirando a otros sitios, ya que la orden era: "Cualquiera que fuere mordido y mirare a ella, vivirá." El Israelita mordido no tenía nada absolutamente más que la serpiente de metal, ya que éste era el único remedio prescrito por Dios. Así ocurre también ahora. El pecador es llamado simplemente a mirar a Jesús. No se le dice que mire a las ordenanzas, a las iglesias, a los hombres o a los ángeles; no hay socorro en tales cosas. El pecador es llamado a contemplar exclusivamente a Cristo, la muerte y resurrección del cual constituyen el fundamento eterno de toda paz y esperanza. Dios certifica que "el que cree en El no perecerá, sino que tiene la vida eterna." Esto debiera satisfacer plenamente a todo corazón intranquilo y a toda conciencia agobiada, Dios está satisfecho; nosotros debemos estarlo también. Suscitar dudas, es negar la Palabra de Dios. Desde el momento en que el pecador puede lanzar una mirada de fe en Jesús, sus pecados desaparecen. La sangre de Jesús se derrama sobre su conciencia, limpia toda mancha, borra toda contaminación, toda arruga o toda otra miseria; todo esto lo hace a la luz de la santidad de Dios, que no puede tolerar nungún pecado.
Notemos, finalmente, que una intensa individualidad caracterizaba la mirada dirigida a la serpiente por el Israelita mordido. Cada cual debía mirar por sí mismo. Nadie podía ser salvado por procura de otro. La vida estaba en una mirada; en un lazo personal, un contacto directo e individual con el remedio divino.
Así sucede aun hoy. Debemos relacionarnos con Jesús por nosotros mismos. La Iglesia no puede salvarnos, ninguna orden de sacerdotes o de ministros no pueden salvarnos. Se requiere el lazo personal con el Salvador; sin esto no hay vida. "Y fué, que cuando alguna serpiente mordía a alguno, miraba a la serpiente de metal y vivía." Tal era la orden de Dios entonces; tal es aun su ordenanza en nuestros días, pues: "Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado." Recordemos esas dos pequeñas palabras "como" y "así"; son aplicables a cada detalle del tipo y del antitipo. La fe es una cosa individual; el arrepentimiento es una cosa individual; la salvación es una cosa individual. Es verdad que en el cristianismo hay unión y comunión; pero debemos relacionarnos con Cristo nosotros mismos, y debemos andar con Dios por nosotros mismos. No podemos tener la vida ni vivir por la fe de otro. Debemos insistir en ello: en cada fase de la vida y de la carrera práctica del cristiano hay un intenso individualismo.
Dios ayude al lector a meditar sobre este tipo por sí mismo; y a hacer aplicación personal de la verdad contenida en una de las figuras más sorprendentes del Antiguo Testamento, a fin de ser conducido a contemplar la cruz con una fe más profunda y viva y penetrarse del precioso misterio que en ella se nos presenta.