Y uno de los malhechores que estaban colgados, le injuriaba, diciendo: Si tu eres el Cristo, sálvate á tí mismo y á nosotros. Y respondiendo el otro, reprendióle, diciendo: ¿ Ni aún tú temes á Dios, estando en la misma condenación? Y nosotros, á la verdad, justamente padecemos; porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos: más este ningun mal hizo. Y dijo á Jesús: Acuérdate de mí cuando vinieres á tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo, que hoy estarás conmigo en el paraiso." (Lucas 23:39-43)
Meditemos un instante sobre las tres cruces y su significación. Sobre la del medio fué clavado Jesús de Nazaret, este Salvador bendito que había pasado su vida aquí, en la tierra, haciendo las obras del amor, curando enfermos, purificando leprosos, abriendo los ojos de los ciegos, resucitando los muertos, alimentando los hambrientes, secando las lágrimas de las viudas, encontrando remedio en cada necesidad humana; siempre presto á derramar une lágrima de verdadera simpatia para cada hijo del dolor. Era el Hobre cuya comida y bebida eran el hacer la voluntad de Dios y el bien del hombre; un Hombre santo, sín mácula, lleno de gracia (un hombre aprobado por Dios), que había perfectamente glorificado á Dios sobre esta tierra, y lo había manifestado plenamente en todos sus caminos. Lo que le había conducido allí, sobre esta cruz maldita, era el odio del corazón humano contra Dios. Nada ha revelado tanto esta triste verdad como la cruz.
Si nosotros queremos una medida exacta para valorar el mundo, el corazón humano, y el pecado, debemos poner los ojos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. La voz que grita: "¡ Crucifícale! ¡ Crucifícale!" era la expresión del corazón humano, manifestando, como de ningún otro modo podía hacerlo, su verdadera condición á los ojos de Dios.
Cuando el hombre clava a Hijo de Dios en la cruz, colma su culpabilidad y pone de manifiesto su ruina moral. Cuando el hombre prefiere un ladrón y asesino, y rechaza á Cristo, demuestra que ama más el robo y el crimen que la luz y el amor. Nosotros tenemos la tendencia de medir el mundo en relación con el mal que nos han hecho personalmente. Decimos de él, que és vacío, impío, ruín, mentiroso, pero nosotros nos tomamos como capaces de esta estimación, y nuestro juicio no vale gran cosa. Para llegar á una conclusión exacta, necesitamos de una medida de cotejo perfecta, y no la encontramos más que en la cruz. No nos asombramos pues, de la maldad consumada del mundo de hoy día, porque este mismo mundo ha crucificado al Señorde Gloria.
Muchos dicen que el mundo ha cambiado y que no és lo que era en los días de Herodes y de Poncio Pilato. Se pretende que él ha progresado, que la cultura y la civilización van suavizando las costumbres, y que el Cristianismo ha esparcido, sobre una gran parte del globo, su influencia purificante é iluminante sobre las masas.
¿ Tu crees, querido lector, que el mundo ha cambiado? Nosotros admitimos que el evangelio y la Biblia han dado mucha luz, y pensamos en los centenares y millares de almas que han sido convertidas á Dios y que adoran al Señor; y nosotros bendecimos á El de todo corazón, por todos aquellos que están verdaderamente sujetos á su Nombre, á su Persona y á la causa de Cristo. Más al lado de esto, ¿ es que el mundo actual vale más que el mundo que crucificó á Jesús? Mirando el egoisme, la ambición, el odio, las guerras, la criminalidad, la inmoralidad, el orgullo, reinar cada vez con más poder, alrededor nuestro, estamos convencidos de que el mundo de hoy habría igualmente crucificado al Hijo de Dios.
Hablad de Jesús en los lugares donde lo escogido de este mundo se encuentra, entre los ricos, los sabios y los poderosos de hoy. Haced alusión á El, en cines, bares, centros culturales y deportivos, en un crucero á bordo de un vapor ó en la cabina de un avión, y pronto se os hará saber que tal persona no tiene sitio allí. Todo otro nombre, todo otro sujeto, será tolerado. Podreis decir las más grandes locuras, expresar los más grandes absurdos, y nadie os inpondrá el silencio. Pero hablad de Jesús y pronto se sentirán ofendidos. Allí, en medio de la muchedumbre, hay sitio para la voz del diablo, pero no le hay para Jesucristo: "Quita á este, y sueltanós á Barrabás." El mundo ha cambiado de vestido pero no de naturaleza. El ha tirado la vestidura del paganismo, y se ha revestido del manto del cristianismo, más debajo de este manto, se descubren aún los mismos hechos horribles de los días más tenebrosos del paganismo.
Comparad Romanos cap. 1:29-31, con la 2a epistola de Timoteo cap. 4 y vereis en este último texto, todos los pecados de la naturaleza caida, pero acompañados de "la apariencia de piedad",¡ las personas más llenas de la depravación moral, cubiertas del vestido de la profesión cristiana!
No, amado lector, es un error funesto el imaginarse que el mundo progresa. El mundo es caracterizado por la muerte del Hijo de Dios, y manifiesta su consentimiento á esta acción en cada etapa de su historia, en cada fase de su condición. El mundo está bajo el juicio. Su sentencia ha sido pronunciada, y su ejecución está próxima, ¡ dia terrible! El mundo es simplemente un rio caudaloso, profundo y sombrio que se precipita rápidamente, hacia el lago de fuego y azufre. Esto no es más que la espada de juicio, que zanjará la terrible cuestión que separa al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, de este mundo que ha muerto á su Hijo.
Dios es paciente, queriendo que todos vengan á arrepentimiento, pero el juicio se acerca. El dia terrible de la venganza está á la puerta, y Cristo llama la almas á salir de esta multitud que corre hacia su perdición.
Pero en la cruz fué también manifestado el amor del corazón de Dios hacia el hombre. La misma lanza que abre el costado de Jesús, hace manar la sangre preciosa que nós salva. Contemplamos en la cruz el encuentro maravilloso de la hostilidad y del amor, del pecado y de la gracia. El hombre allí pone de manifiesto la profundidad de su odio, Dios allí muestra la altura infinita de su amor. Y en este encuentro, es el amor quien ha conseguido la victoria. Dios triunfa y el pecado es anulado, y después de la cruz, la buena nueva de la salvación es anunciada, és decir, que la gracia reina por la justicia, para vida eterna en Jesucristo, nuestro Señor. En la cruz se libró la batalla, y la victoria fué conseguida, y ahora la poderosa mano libertadora de la gracia divina, muestra á lo lejos y á lo cerca los despojos del enemigo vencido. Dios allí fué más fuerte que los dominios reunidos del mundo.
Ese es el lado luminoso de la cruz. José, arrojado y vendido en Egipto, decía: "Ahora pués, no os pese de haberme vendido acá, ni os entristezcáis, que para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros." (Génesis 45:5) La cruz es luminosa para aquellos que se arrepienten, que han tomado su verdadero lugar, y que han aceptado el juicio de Dios sobre ellos mismos, y que admiten verdaderamente que la cruz es la dimensión de su propia culpabilidad. Estos son aquellos, que pueden apreciar la cruz como la expresión del infinito amor de Dios hacia ellos. Estos son los que por la fé en El pueden entrar en posesión de esta verdad, que la misma cruz que demuestra la enemistad del hombre contra Dios, ha manifestado el amor de Dios hacia el hombre.
Estas dos cosas van siempre juntas. Es cuando nosotros vemos y admitimos muestra culpabilidad, que aprendemos el poder purificante de esta sangre preciosa que ha hecho la paz y nos limpia de todo pecado. Mientras estamos postrados en la presencia de la cruz, acordándonos de la horas sombrias que el Hijo de Dios allí pasó, estamos acogidos al beneficio del amor de Dios que nos salva y que nos separa de un mundo delincuente. Es entonces cuando escapamos de este rio sombrio y largo que se precipita hacia el juicio, y que somos introducidos en el círculo bendito, donde todo habla de la salvación, donde nosotros podemos andar en la luz del rostro del Padre, y donde respiramos el aire puro de la nueva creación. "Gracias sean dadas á Dios, por su don inefable."
Es un consuelo inmense para el corazón el saber, que en medio de un mundo como el nuestro, Dios ha sido plenamente glorificado por su Hijo. Desde el pesebre hasta la cruz, El era enteramente consagrado á un solo fin: cumplir la voluntad de Dios. "He aquí yo vengo, escrito está de mí en el volumen del libro, para hacer, oh Dios tu voluntad." (Salmo 40:7-8) En el libro de los consejos eternos de Dios, había sido escrito del Hijo, que El vendría á este mundo ál tiempo oportuno para cumplir aquí la voluntad de Dios. De este camino, El no se desvía ni el grueso de un cabello; y esto se pone de manifiesto plenamente al contemplar esta cruz central que reclama nuestra atención. En ella, nosotros vemos la consumación perfecta de lo que había llenado el corazón de Jesús, desde el principio: El cumplimiento de la voluntad del Padre. Todo esto es desplegado, de una bendita manera en Filipenses 2:5-8, "Haya pues, en vosotros este sentir que hubo tambien en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual á Dios: sin embargo se anonadó á si mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante á los hombres; y hallado en la condición como hombre, se humilló á si mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz." ¡ Cuán maravilloso es todo esto! ¡ Que profundidades insondables hay en el misterio de la cruz! Hacia ella convergen todos los consejos de Dios, y de ella ¡ que rayos de luz salen! Nosotros miramos á Aquel que fué clavado entre dos malhechores, como espectáculo ante los cielos, el infierno y la tierra, y es solamente entonces cuando tenemos una medida perfecta de todas las cosas, en el universo de Dios. La cruz será el tema de nuestras meditaciones en los siglos de los siglos. ¡ Que podamos vivir muy cerca de la cruz, estar ocupados de Aquel que en ella fué clavado, y de este modo estar apartados de este mundo. Que la expresión de nuestro corazón puda ser: "Más lejos esté de mí gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo." (Gálatas 6:14)
Miremos ahora á las otras dos cruces, para recibir la leccion de los hombres allí clavados. En ellos encontramos la dos grandes clases en que se dividad la raza humana, desde el comienzo hasta el fin del tiempo: los que reciben, y los que rechazan á Cristo; los que creen en Jesús, y los que no creen en El. Primeramente, es extremadamente importante el ver que nos había diferencia esencial entre estos dos hombres. En su naturaleza y en todo lo que sabemos de su historia, ellos eran los dos iguales. La Escritura es silenciosa respecto á toda diferencia entre ellos. Y no solamente esto, pues tenemos el testimonio de dos escritores inspirados, quienes establecen que, hasta el momento mismo donde el relato de Lucas los introduce, los dos estaban blasfemando y burlándose del Hijo de Dios. "Lo mismo también le zaherían los ladrones que estaban crucificados con él" (Mateo 27:44); y en Marcos 15:32: "...también los que estaban crucificados con él le denostaban." Eso prueba divinamente, que no había diferencia entre los dos ladrones; los dos eran malhechores condenados.
"Porque no hay diferencia; por cuando todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios." (Romanos 3:22,23) Y, por otro lado: "Porque no hay diferencia... porque el mismo que es Señor de todos, rico es para con todos los que le invocan." (Romanos 10:12)
Si esto fuera una cuestión de conciencia ó de medida humana, habría diferencia, pero antes Dios toda distinción es anulada. Lucas empieza su narración, respecto á los ladrones, en el momento justo en que uno de ellos fué tocado por la obra de Dios. Todo era sombrío, y el poder del enemigo se manifestaba con todo su furor, pero la luz del cielo, concentrada en la Persona del Salvador crucificado, penetró en el corazón del ladrón arrepentido.
El corazón de cada ser humano es comparable al de aquél ladrón. Todo en el es pecado y tinieblas. Todos los crímenes allí residen en origen. Algunas veces el origen no produce fruto porque es impedido por la educación, la civilización y las circunstancias; pero el mal está allí, y esto caracteriza la naturaleza humana.
Los hombres quieren establecer distinciones. Ellos no quieren ser puestos á la misma altura moral que un ladrón ó una pecadora, más antes que la gracia pueda obrar, es menester que toda distinción humana sea nivelada y desaparecida. "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿ Quien lo conocerá?" (Jeremias 17:9) ¿ Cual corazón? El corazón del hombre, el corazón de aquel que escribe, y el de aquel que lee estas líneas. "Porque des corazón vienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los falsos testimonios, las injurias." ¿ De cual corazón? Del corazón del que excribe y dél de aquel que lee estas líneas. Estas cosas no podrían venir del corazón si no estuviesen allí; y cuando no se manifiestan por los hechos, no és porque no estén, sino porque las circunstancias lo impiden.
Tal es el testimonio claro e invariable de las Santas Escrituras; y desde el instante que el Espíritu de Dios empieza á obrar en el corazón y en la conciencia de un hombre, El produce el sentimiento y la confesión de la verdad de este testimonio. Toda alma que ha sido divinamente convencida, está dispuesta á confesar, como siendo por sus propias palabras, lo que expresa el Espíritu Santo: "En mí, es decir en mi carne, no mora el bien."
Todo espíritu que ha sido quebrantado, admite el hecho de su ruina total. Todos los hijos de sabiduria justifican á Dios, y se condenan ellos mismos. No hay ni una sola excepción á este testimonio: todo pecador arrepentido, dirá que el mismo és el primero de los pecadores y exclamará: "Miserable de mí, yo soy un hombre pecador." Es por estos que Cristo ha venido: "El Hijo del hombre ha venido para buscar y salvar lo que estaba perdido." Así estaba el ladrón en la cruz. El no tenía buenas obras en que alabarse. El no había cumplido ninguna ceremonía, ni bautismo, ni cena. El no podía ya cambiar de conducta ni podía hacer cosa alguna. Cuando tenía sus manos libres, las había empleado en actos de violencia, más ahora estaban clavadas á la cruz y no podían hacer nada. Sus pies, cuando él podía servirse de ellos, le habían llevado por el camino del transgresor, y ahora clavados al madero, no podían ya llevarle por otra parte. Más no teniendo ya manos ni pies de que valerse, - indispensables en una religión de obras - su corazón y su lengua estaban libres; y estos miembros son llamados á la acción en una religión de Fé, como leemos en el capítulo 10 de Romanos: "Porque con el corazón se cree para justicia; más con la boca se hace confesión para salud." (Romanos 10:10) ¡ Palabras preciosas! ¡ Cuan útiles para el ladrón en la cruz! ¡ Y, cuan útiles y urgentes para cada pobre pecador desesperado y arruinado! Por que cada une de nosotros debemos todos ser salvados de la misma manera que el ladrón en la cruz. No hay dos caminos hacia e cielo; hay un solo camino, aquel que conduce á Dios por la sangre preciosa de Cristo. Allí está el camino del cielo, camino enlosado de amor, rociado de sangre y pisado por una compañia feliz y santa de adoradores rescatados, reunidos de todos los pueblos de la tierra, cantando el himno celestial: "Digno es el Cordero inmolado."
Hemos dicho que el corazón del ladrón era libre; sí, libre bajo la acci'on poderosa del Espíritu Santo, para dirigirse hacia el Señor bendito que estaba clavado á su lado. Este Ser, del cual se burlaba hacía un instante, pero sobre el cual podía ahora fijar su mirada arrepentida, y del que podía dar ahora el testimonio mas noble que jamás haya sido pronunciado por los hombres ó por los ángeles. Es muy instructivo é interesante considerar el progreso de la obra de Dios en el alma del ladrón moribundo. En efecto, la obra Divina en cada alma es siempre del más profundo interés. Las operaciones del Espíritu Santo en nosotros, no deben jamás estar separadas de la obra de Cristo por nosotros; y ambas operaciones son inseparablemente unidas y fundadas sobre los consejos eternos de Dios. Esto es lo que hace que todo sea tan real, tan sólido, tan enteramente divino, en el trabajo de la gracia. Nada es del hombre, todo es de Dios, del principio al fin. Desde la primera aurora de la convicción en el alma, hasta ser introducido en la plena luz del glorioso evangelio de la gracia de Dios.
En el caso del ladrón arrepentido, discernimos el primer contacto del Espíritu eterno, el primer fruto de su obra santificante, en las palabras dirigidas á su compañero: "¿ Ni aún tu temes á Dios"? El no dice: "¿ No temes tú el castigo?"
La obra del Espíritu comienza en el pecador por el temor de Dios, y la consternación por el mal cometido. "El temor del Señor es el principio de la sabiduría."
El puede tener un temor del juicio, un temor del infierno, un temor de las consecuencias del pecado, sin aborrecer ni juzgar el pecado de si mismo. Pero cuando es el Espíritu de Dios el que obra dentro del corazón, es él quien produce la verdadera noción del pecado, y del juicio que Dios hace caer sobre el.
El arrepentimiento es una gran realidad, un elemento esencial en cada caso: "Dios.. ahora denuncia á todos los hombres en todos los lugares que se arrepienten." (Hechos 17:3) Juan el Bautista, Jesucrisot, los apóstoles Pedro y Pablo, todos llaman á los hombres al arrepentimiento. (Hechos 2:38; 3:19; 20:20-21)
La propia justicia y la falsa teología no quieren que se insista sobre la necesidad de l arrepentimiento, pero és necesario. El arrepentimiento es el juicio serio y profundo de uno mismo, de su historia, de sus caminos, el abandono total de todo el sistema de su justicia propia, y el descubrimiento de su ruina completa, lo que produce el sentimiento de la propia mancha, de la propia culpabilidad y del peligor eterno del pecador; sentimiento producido por la acción poderosa de la Palabra y del Espíritu de Dios en el corazón y en la conciencia. Todo esto produce un dolor sincero á causa del pecado y el abandono del mal, porque es mal.
Hay otras formas y elementos del trabajo divino en un verdadero arrepentimiento, un cambio de pensamientos en la consideración de nosotros mismos, del mundo y de Dios. Hay varios grados en las profundidades y la intensidad del ejercicio, pero, por el momento limitémonos á esta forma importante del arrepentimiento, que hallamos en la narración del ladrón en la cruz: el juicio de si mismo.
El pecador debe ser conducido á sentir que él es un pecador perdido, culpable, y que ha merecido el infierno. El debe ser conducido á sentir que el pecado es una cosa terrible á los ojos de Dios; y tan terrible, que solamente la muerte de Cristo lo puede expiar. Tan terrible, que todos aquellos que mueren sin perdón, deben ser condenados inevitablemente, deben pasar una eternidad terrible, en el lago ardiente de fuego y asufre.
No hay en su arrepentimiento, el exponer algún mérito que pueda ser la base de la salvación, de la justificación, ó de la aceptación por Dios. Escuchemos sus palabras: "¿ Ni aún tu temes á Dios, estando en la misma condenación? Y nosotros, á la verdad, justamente padecemos; porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos."
Estos son acentos de un verdadero arrepentimiento, "Nosotros justamente padecemos." El sentía y admitía que había sido justamente condenado, y que él no hacía más que recoger lo que merecía, por las cosas que había cometido. ¿ Expone alguna cosa de mérito en esto? ¡ De ninguna manera! Era el juicio de si mismo, la condenación de su camino, el sentimiento de su culpabilidad. Esto era el signo precursor de la conversión á Dios, el fruto de la obra del Espíritu en su alma, para apreciar la salvación de Dios.
Es completamente imposible que el sentimiento de la culpabilidad pudiera jamás formar la base de la justicia. Pero el arrepentimiento es necesario, y cuanto más profundo és, más fruto produce. Es necesario que el arado haga su obra para partir y remover la tierra dura; que en ella abra surcos profundos, en los cuales la simiente incorruptible de la Palabra pueda echar raices. Nadie podrá jamás lamentarse de que el arado divino haya entrado demasiado profundamente en su alma. Nosotros estamos seguros, de que cuando más conscientes estamos de las profundidades de nuestra ruina moral, más plenamente apreciamos la justicia de Dios, que és por la fé en Jesucristo, hacia todos los que creen en El. El orden divino es: Arrepentios, y creed en nombre de Jesucristo el Salvador. Después de estar arrepentido, el ladrón se vuelve hacia el Ser Bendito, que está á su lado, y dá este testimonio: "Este ningún mal hizo." El se pone en plena contradicción con el mundo que le rodea. El contradice al sumo pontífice, á los sacerdotes, a los ancianos y los escribas, que habían entregado al Santo, como si fuese un malhechor. Ellos habían dicho: "Si este no fuera malhechor,no te le habríamos entregado" (Juan 18:30). El malhechor, que va á morir, declara: "Este ningún mal hizo." El rinde de este modo un testimonio claro y preciso á la perfecta humanidad del Señor Jesucristo; esta gran verdad que está en la base del "Gran misterio de la piedad". El ha pasado de su yo culpable, á ser un testimonio de un Cristo inmaculado; y él es una llamada á la conciencia, al declarar que és un terrible error el crucificar al Señor de gloria.
Esa es una buena obra, mucho más preciosa que muchas de filantropía y de religiosidad, el dar un testimonio verdadero, inspirado por el Espíritu Santo. El pobre ladrón no podía hacer nada, ni dar nada, pero él gozaba del privilegio más grande; el testimoniar para Cristo, en el mismo momento que el mundo entero le rechaza, uno de sus propios discípulos le niega - otro le había vendido - y que todos le habían abandonado. Esto, en efecto es una obra, un servicio que quedará grabado en los anales del cielo, mucho tiempo después que los más gloriosos monumentos del género humano habrán caido en el olvido más absoluto. El le confiesa también como Señor y Rey; y esto, en medio de una escena donde, según la vista natural, no se halla ninguna huella de señorío ó de realeza. El dice á Jesús: "Señor, acuérdate de mí, cuando vengas en tu reino."
Era la vida eterna: Un Salvador y un pecador unidos juntos, en una salvación eterna. Nada puede ser más sencillo. Volverse hacia Dios, esto es la vida, la paz y la salvación. En El, tenemos todo lo que nos hace falta para el tiempo y para la eternidad. ¿ Y cual és la repuesta? "Hoy estarás conmigo en el paraiso." Es como si el bendito Salvador le hubiera dicho: "Tu no tienes necesidad de esperar el Reino; hoy mismo gustarás la gracia de la casa, del amor de la casa de mi Padre allí arriba; yo te tendré conmigo, mucho tiempo en este paraiso, para gozar de la plena comunión conmigo, antes que las glorias del reino sean manifestadas. ¡ Oh, Salvador bendito! ¡ Tal fué tu gracia sin igual! ¡ Ni una palabra de reprensión, ni una sola alusión al pasado, ó á sus malas palabras del instante pasado!