"Durante mis cuarenta años de navegación, amigos míos, jamás todavía, he podido encontrar un barco cruzando los mares del mundo que no tenía su rumbo preciso hacia donde se dirigía..." Así hablaba un capitán a unos cuantos hombres de su tripulación reunidos en la cubierta de mando. Una larga sonrisa fue la respuesta que acompañó estas palabras: ¡Navegar sin tener un rumbo preciso hacia donde llegar... que locura decir esto!
Pero todas estas sonrisas pronto desaparecieron cuando el capitán se valió de esta "locura" para ilustrar con la misma evidencia una verdad que debía entrar profundamente en el alma de cada uno de sus oyentes.
¿ Podriáis creer, prosiguió, que es posible encontrar "barcos humanos" (hombres como yo y vosotros) que navegan en el mar de la vida sin tener un puerto seguro hacia donde dirigirse? Pues si yo preguntaría a cada uno aquí, a dónde su alma llegará al partir de este mundo, ¿ que sería la respuesta? Siguió un profundo silencio... He hecho esta pregunta a mis amigos, mis parientes, mis colegas, nadie me supo contestar.
Lector, tú también estás navegando sobre el mar del tiempo; ¿ a dónde llegará tu alma al traspasar el umbral de la Eternidad? El viaje que principiaste en tu vida pareció estar acompañado con los mejores augurios: un viento favorable enchía las velas de tu barco: pero no mucho después la navegación se hizo pesada, vientos contrarios te alejaron cada vez más de la felicidad deseada; tu nave arrebatada por el poder de un viento, suave al comienzo, fuerte después te lleva hacia la muerte contra la cual no puedes resistir. Tú cuentas, quiza, con un "puerto cómodo donde invernar", es decir pasar la vejez de tu vida; "no te jactes del día de mañana, porque no sabes qué dará de si el día". Las estadísticas muestran que cada día un ejército de más de 90.000 almas es llamado por la Muerte a partir de este mundo para entrar en la Eternidad; el turno para tí podría llegarte hoy mismo. Y ¿que después? ¿En dónde echar el ancla?
La Eternidad tiene solamente dos puertos: el Cielo y el Infierno; (no cuentas con el Purgatorio, no existe). ¿Hacia cuál de ellos tu alma que no puede morir, va llegando? Estás (o piensas estar) en el timón de tu existencia; tus manos imprimen a tu nave cada movimiento; las circunstancias parecen indicarte cual rumbo has de tomar; confías en ti mismo para hacer frente a la tormenta que se avecina; "con trabajo y mucho daño ha de ser" el último tramo, los escolles del pecado y de la condenación harán sosobrar tu embarcación y el fin será un naufragio completo en el tormento del Infierno. Dios dice que "después de la muerte sigue el juicio, porque todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios."
Desconfía de ti mismo lector. Para llevar tu barco a buen puerto precisas un piloto que conozca el mar, un divino "práctico" que pueda anclar con seguridad en el puerto celestial.
¿Quién es? Preguntas. Pues es Dios mismo venido al mundo: Jesucristo. El ha cruzado "mares" y "abismos"; llegó del otro lado, en el cielo, vencedor. La más grande tempestad que sufrió, fue la que principió en un jardín llamado: Getsemaní (conoces, tal vez este nombre), arreció la tormenta hasta otro lugar llamado: el Calvario, donde fue crucificado, y allí se desencadenó la ira de Dios en contra de nuestros pecados que llevó en su cuerpo, para purgarlos conforme a la justicia divina.
En el Calvario, Jesucristo se enfrentó con Satanás y lo venció; venció la Muerte también, pues resucitó y ascendió al cielo.
¿Podrías, lector, hallar otro Piloto más seguro que Jesucristo? El mismo quiere entrar en el barco de tu vida; hazle confiancia, entrégale el timón y te llevará seguro a la gloria, la que jamás podrías alcanzar con tus propios esfuerzos y sabiduría: "Hoy mismo, dijo El al ladrón que se convirtió en la cruz, estarás conmigo en el Paraíso" (Lucas 23:43).
|